La conexión familiar es el núcleo que alimenta todo el resto de aquello que buscaremos desarrollar, porque nos habla de vínculos, es decir, nos habla del más puro amor. Porque es en esa conexión emocional y vínculo con el otro cuando realmente logramos que nuestros hijos se sientan amados incondicionalmente y aceptados como personas únicas e irrepetibles. ¿Cuánto la logramos? ¿Nos damos el tiempo de sentarnos y compartir en familia? ¿Cuánto salimos en el uno a uno con cada uno de nuestros hijos? La conexión es una invitación que podemos regalarle a ellos diariamente o tomar la que ellos nos hacen inconscientemente día a día: “papá quédate un ratito acá”, “mamá estudia conmigo”, “¿mamá vamos a comprarnos ropa?”, “¿papá juguemos cartas?”. Identifiquemos esas invitaciones y tomémoslas. O intentemos hacernos cargo de nosotros invitándolos a ellos a conectar al menos por unos minutos al día.
¿Somos un equipo como familia? La cohesión familiar nos habla de la importancia de configurarnos como equipo, sentirnos todos en el mismo barco y remando en la misma dirección. ¿Cuál es nuestra dirección? ¿Tenemos clara nuestra flor de los cuatro vientos y hacia dónde queremos navegar? Necesitamos fortalecer los valores que nos identificarán como familia. ¿Humildad, generosidad, perseverancia, responsabilidad, honestidad, respeto, sencillez, empatía, solidaridad, justicia? Son miles las opciones, detengámonos en nuestra familia, elijamos tres y conversémoslo con nuestros hijos. Necesitamos tener nuestro mapa de navegación claro, porque al final estamos todos juntos en esta travesía y no mirarlo de esa manera nos aleja y a ellos los hace naufragar.